jueves, 19 de marzo de 2009

El diario a diario

Se acerca un señor de aspecto ejecutivo a la tienda del metro. Lo recibe una joven mujer, algo aburrida. Echa un vistazo hacia este sector, en la papelería, justo al lado de las revistas. -Ojalá me vaya bien –pienso. Nuestra vida es tan impredecible. A veces es larga y otras veces es tan fugaz. He visto como a unos le toman gran atención y viven por mucho tiempo, incluso años. Pero hay otros que sólo son usados como entretenimiento momentáneo y al rato los desechan. Se acerca hacia mí. - Me llevo éste -dice él, pasándole unas pocas monedas a la vendedora. - Hasta luego. Juntos vamos viendo la ciudad, hasta llegar al subterráneo. El viaje se hace eterno, siento su calor sobre mí. -Qué insoportable, ¿ah?- le comenta a la compañera de asiento, que sólo se digna a mover la cabeza. -¿Aquí nos bajamos, verdad?- le pregunto. Mientras descendemos le recuerdo: Podrías consultarme un poquito, tengoalgunas novedades que informarte Se acuerda y dice: -¿A ver que hay de nuevo? -¿Qué tema te interesa?, ¿Economía, política,social, policial?- le propongo. Rápidamente pasa por cada una de las secciones pero no me da gran importancia. Me mira con cara desganada. -¿Andamos flojos, ah?- me rio. Sin decir nada más y después de haberme desordenado un poco, trata de arreglarme nuevamente. Me deja solo en el banco de la plaza y veo como se aleja rápidamente. No alcanzo a sentir la soledad, cuando veo a un muchacho y le grito: -¡Oye muchacho,ven! Me ve y se acerca rápidamente. -¿A ver, qué pasará hoy?- me dice mientras me observa por la espalda. Veo su expresión de disgusto. -¡Ah, no sé cómo creo en estas cosas!- me critica. Después de dejar mis ropas desaliñadas, se marcha y me deja nuevamente en el banco. Veo pasar a una anciana con alguno de mis parientes lejanos. Se da cuenta de mi presencia,arregla mis ropas y me consulta rápidamente unas cosas. Sin esperanzas, siento que me va dejar también. Por un momento descansa a mi lado. -¿Te irás, verdad?- le pregunto. Me mira y dice: -Mmm quizás me puedas ayudar con mi trabajo. -¿Sí?, llévame contigo- le imploro. Me lleva bajo su brazo y caminamos rumbo a su hogar junto con mis otros familiares. Me toma con ambas manos y al mirarme, sonrie. También la miro sonriendo y le digo: -Me encantaría ayudarte. Soy multifacético.

Necesidad

Llevaba meses sin trabajo y seguía realizando la misma rutina.
Se levanta muy temprano, se ducha, busca su mejor pinta y se viste.
Le pega un mordisco a una tostada añeja y toma un sorbo de café.
Sale rápidamente de su casa y se detiene en el quiosco de la esquina. Compra el mismo diario de siempre.
Mientras sube al metro, en la hora más insoportable, ve los rostros lánguidos de la gente y en el poco espacio que dispone logra abrir el diario con algo de dificultad.
Como de costumbre, va hacia los clasificados, observa los mismos avisos de toda la semana.
De pronto su vista se dirige hacia uno nuevo que llama su atención: “Se necesita hombre joven, buena presencia para hacer compañía a señora mayor. Buena paga.”
Sin titubear, lo encierra en un círculo. Se abren las puertas del metro y se baja rápidamente. Busca un teléfono y marca el número.
Mientras suena el tono, resignado y atiborrado de deudas, piensa: “Ya me da lo mismo, necesito la plata”.

Identidad

Muchas veces olvidaba quién era. Llevaba ya 9 años con el mal dentro de su cabeza. 3 pastillas distintas diarias, si es que no eran más, debían darle para evitar algunos de sus arranques y estar entre comillas normal.
El tiempo pasaba y se podía notar como ese ente extraño lo consumía poco a poco. Su cuerpo era frágil y estaba deteriorado, el pellejo incrustado en los huesos, los ojos desteñidos y perdidos.
Se había convertido en un ser dependiente, lo más parecido a un bebé. Ya casi ni pronunciaba palabras, sólo balbuceos.
En sus años mozos fue un poeta pampino. Escribía sobre las salitreras y de su vida como obrero. Su seudónimo era Cimarrón.
De vez en cuando yo lo iba a visitar.
Algunos días amanecía bien, algo lúcido y un poco más repuesto. Era raro.
Mi abuela se alegraba y le volvía la esperanza de que mejorase. Me comentaba de lo bien que se había portado y que respondía a sus preguntas.
Lo pasé a ver. Lo saludé con un beso en la mejilla.
- Hola papi, ¿Cómo está?
- Hola Celia –con algo de esfuerzo me respondió.
- Marcela –le corregí sonriendo.
- Ah… -dijo.
- Mira, lo que hizo, pregúntale su nombre y que lo escriba – dijo mi abuela, mostrando un cuaderno viejo.
- A ver, escriba su nombre –le dije.
- Ah, pero eso es refácil -me dijo con toda seguridad.
- ¿A sí? - le dije, conteniendo la risa.
- Si – me respondió. Y agarró el cuaderno, tomó el lápiz y escribió su nombre, hasta puso su firma al lado.
- Que bien, ¿ah?. A ver algo más difícil, dibuje algo. Le dije desafiándolo.
Agarró nuevamente el lápiz y comenzó a dibujar. Vi como trazaba algunas líneas, mientras me decía:
- Mira, te voy a dibujar la pampa.
Veo como va dibujando grandes dunas y tamarugos.
Terminado el dibujo, lo firmó a un costado, “Cimarrón”.
Lo miré y sonreí.
Un nudo en mi garganta se formó y con los ojos vidriosos le dije:
- El Cimarrón ¿ah?.
- Toma es un regalo para ti – me dijo.
- Gracias papi, ahora me tengo que ir. Que esté bien.
Me despedí con un beso en la frente.
Con sus ojos serenos me miró y esbozó una pequeña sonrisa.
- Chao, nos vemos –dijo.
¡Chao mami!- grité hacia la cocina.
Se asomó sonriendo.
- Chao, mijita, venga mañana si quiere.
- Bueno -le dije.

Al otro día mi mamá me despierta temprano. La miré extrañada. Su cara era de preocupación. Presentí algo.
- ¿Qué pasó?- le pregunté.
- El papi…
Cierro los ojos y luego de un hondo respiro le digo:
- De seguro el Cimarrón se volvió al tamarugal con sus viejos amigos.

lunes, 16 de marzo de 2009

Por un instante

Las luces seguían brillando hasta largas horas de la madrugada. Entraba y salía gente de todo tipo. Desde señoras con largos abrigos, ostentando sus joyas hasta la gente más modesta.

Él era testigo de lo que acontecía sólo fuera del lugar. Algunos subían a lujosos autos, otros tomaban un taxi o simplemente se iban caminando. Unos salían con una sonrisa de oreja a oreja, celebrando. Algunos se iban reclamando y maldiciendo a cualquiera que pasará por delante. Otros nunca perdían la esperanza. Él también había recibido malos tratos e insultos pero varias veces fue partícipe de la alegría y fervor de algunos.
Tenía claro su objetivo: Entraría al lugar.

Un día decidido, se dirigió hacia las puertas. Estaba muy seguro de lo que hacía. Ya ahí, respiró profundo y dejó que se abrieran automáticamente.
En un parpadeo ya estaba en el edén. Vio luces por doquier, muchos sonidos llegaban hasta sus oídos, risas, copas, etc.
Estaba maravillado por todos los estímulos que recibía.
Un guardia se percató de su presencia y de inmediato se dirigió hasta él. De forma muy brusca le ordenó que saliera del lugar.
No era hora del cierre, seguía entrando gente. Sin embargo, él tranquilo y sin moverse le dijo al guardia:
“Amigo no se preocupe, sólo quiero mirar un ratito”.

Libertad


Ya desde hace unos años que compartimos el tiempo juntos. Admiro como se ha ido acostumbrando a mi forma de hacer las cosas, a mí actuar y mis normas. Debo admitir que me ha costado bastante esto de realizar múltiples roles, pero es mi deber.
Lo que más disfruto con él es salir a caminar a los parques. Sentir la brisa correr por nuestras caras y el fresco aroma de los árboles en primavera. A él encanta salir corriendo y esconderse entre los árboles.
Hasta el día de hoy tengo grabado en la mente uno de los paseos que realizamos.
Recuerdo que en la plaza independencia una mujer, con los zapatos en la mano y un libro en la otra, paseaba descalza por el pasto húmedo. Se veía tan fresca que las flores le abrían el paso.
Ese día él no se escondió entre los árboles. Se soltó de mi mano y salió al encuentro de esa desconocida mujer.
Él era el único que recordó que su madre dijo una vez: "los zapatos son las cárceles de nuestros pies”.
Finalmente… pienso que nosotros fuimos sus zapatos.

#1823

La ambulancia dobló justo en la esquina de mi calle. En ese momento me di cuenta de que algo no andaba bien.
Mi mente decía: “En mi casa no, por favor que no sea en mi casa”.
Mil cosas pasan por mi cabeza, pienso lo peor:¡Le pasó algo a la niña, mi señora se cayó de la escalera!, ¡No, por favor Diosito, que no haya pasado nada malo, por favor!.
Poco a poco la ambulancia se va acercando y mi corazón se acelera cada vez más.
#1840…#1831…¡#1823!, ¡justo se detiene ahí!, ¡mi mente colapsa y mi corazón ya no da más!.
De pronto escucho a mi colega que dice:”No, es al lado, en la #1815”. Sinceramente fue lo mejor que pudo haber dicho. Sentí EL alivio de mi vida. Rápidamente bajamos de la ambulancia, listos para continuar con nuestra labor. Mientras golpeamos la puerta de la casa, pienso: “Te salvaste… menos mal que era aquí al lado”.