jueves, 19 de marzo de 2009

Identidad

Muchas veces olvidaba quién era. Llevaba ya 9 años con el mal dentro de su cabeza. 3 pastillas distintas diarias, si es que no eran más, debían darle para evitar algunos de sus arranques y estar entre comillas normal.
El tiempo pasaba y se podía notar como ese ente extraño lo consumía poco a poco. Su cuerpo era frágil y estaba deteriorado, el pellejo incrustado en los huesos, los ojos desteñidos y perdidos.
Se había convertido en un ser dependiente, lo más parecido a un bebé. Ya casi ni pronunciaba palabras, sólo balbuceos.
En sus años mozos fue un poeta pampino. Escribía sobre las salitreras y de su vida como obrero. Su seudónimo era Cimarrón.
De vez en cuando yo lo iba a visitar.
Algunos días amanecía bien, algo lúcido y un poco más repuesto. Era raro.
Mi abuela se alegraba y le volvía la esperanza de que mejorase. Me comentaba de lo bien que se había portado y que respondía a sus preguntas.
Lo pasé a ver. Lo saludé con un beso en la mejilla.
- Hola papi, ¿Cómo está?
- Hola Celia –con algo de esfuerzo me respondió.
- Marcela –le corregí sonriendo.
- Ah… -dijo.
- Mira, lo que hizo, pregúntale su nombre y que lo escriba – dijo mi abuela, mostrando un cuaderno viejo.
- A ver, escriba su nombre –le dije.
- Ah, pero eso es refácil -me dijo con toda seguridad.
- ¿A sí? - le dije, conteniendo la risa.
- Si – me respondió. Y agarró el cuaderno, tomó el lápiz y escribió su nombre, hasta puso su firma al lado.
- Que bien, ¿ah?. A ver algo más difícil, dibuje algo. Le dije desafiándolo.
Agarró nuevamente el lápiz y comenzó a dibujar. Vi como trazaba algunas líneas, mientras me decía:
- Mira, te voy a dibujar la pampa.
Veo como va dibujando grandes dunas y tamarugos.
Terminado el dibujo, lo firmó a un costado, “Cimarrón”.
Lo miré y sonreí.
Un nudo en mi garganta se formó y con los ojos vidriosos le dije:
- El Cimarrón ¿ah?.
- Toma es un regalo para ti – me dijo.
- Gracias papi, ahora me tengo que ir. Que esté bien.
Me despedí con un beso en la frente.
Con sus ojos serenos me miró y esbozó una pequeña sonrisa.
- Chao, nos vemos –dijo.
¡Chao mami!- grité hacia la cocina.
Se asomó sonriendo.
- Chao, mijita, venga mañana si quiere.
- Bueno -le dije.

Al otro día mi mamá me despierta temprano. La miré extrañada. Su cara era de preocupación. Presentí algo.
- ¿Qué pasó?- le pregunté.
- El papi…
Cierro los ojos y luego de un hondo respiro le digo:
- De seguro el Cimarrón se volvió al tamarugal con sus viejos amigos.

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